jueves, 13 de diciembre de 2007

Desarrollo del lenguaje oral

Adivina, adivinador (i)

Decía Freud que el juego infantil estaba relacionado, de alguna forma, con la curiosidad científica. Luego Jean Piaget se pirateó la idea y argumentó que las preguntas e indagaciones que los infantes hacían (o se hacían) formaban parte de – así lo escribió – su desarrollo epistémico (¡gulp!).

El caso es que sobre estos supuestos se apoya el presente artículo. La idea de escribirlo tiene que ver con el deseo arcaico del conocimiento.

Haciéndole al científico, quisiera ahora retomar este antiguo juego de las adivinanzas. Pensemos, por un momento, que queremos jugarlo; lo hecho antes, cuando las sesiones académicas están – como casi todas – aburridísimas. Hemos jugado y nos hemos divertido mucho en esta especia de Maratón Científico.

En alguna ocasión escuché a Rene Avilés Fabila decir que un cuento es una especia de adivinanza: el escritor sabe a dónde va; el lector tiene que adivinarlo antes de que termine la narración. No se valen trampas – decía el autor del Gran solitario de palacio –; el escritor tiene que otorgar ciertas pistas – clave, sin descuidar su intención. En esta lecha, sólo el lector inteligente podrá descifrar el nudo narrativo; si lo logra antes de que el cincuenta porciento de la trama haya transcurrido, el cuento es malo. Después, a medida que el final se acerca, la historia va siendo cada vez más buena en la medida – o en proporción directa – al apendejamiento del lector. En esta ocasión deseo recuperar la idea de Avilés Fabila: ¿quieres jugar, o prefieres cerrar el libro?

¡Muy bien!, aceptas el reto. Te diré en principio que la persona en cuestión tuvo una larga vida; tan prolongada existencia vivió que se opuso – con toda madurez – a las dos guerras mundiales. Nació justo cuando el Genera Ulises S. Grant se reeligió como Presidente de los Estados Unidos, y falleció dándoles la mano solidaria a los estudiantes en lucha en Berkeley y en Paris (de seguro leía a otros iluminados: Sastre, Marcase a Kerouack, Nacido en 1872, aún se dio tiempo para ver de cerca el tristemente célebre Caso Watergate.

Una lista más arbitraria (e incompleta, of corse) enumera sesenta y ocho publicaciones de quien hablamos; habría que agregar sus cientos y cientos de artículos en revistas especializadas. ¿Quiere algunos títulos como para que le sirvan de pesquisa? Ahí le van; el uso del lápiz labial, Modales de los turistas, maltrato se las esposas y Eligiendo cigarros. Su primer libro de publicó en 1896 y el ultimo (que se llamo Ensayos de análisis) se dio a la prensa del 1973, poco después de su muerte.

Los temas acerca de los cuales escribió fueron muy poco variados, veáse si no, geometría, filosofía, matemáticas, justicia, reconstrucción social, ideas políticas, misticismo, lógica, bolchevismo, China, la mente, la industria, ciencia, la relatividad, educación, escepticismo, matrimonio, felicidad, moral, ociosidad, religión, cuestiones internacionales, historia, el poder, la verdad, el conocimiento, la autoridad, ciudadanía, ética, autobiografía, ateismo, sabiduría, el futuro, el desarme, la paz y crímenes de guerra, entre otros temas. En 1959 publicó un libro sobre la guerra nuclear (Que chiste – dirá algún avieso lector – después de lo de Hiroshima y Nagasaki). Sin embargo, a favor de nuestro personaje diré que treinta y seis años antes, para ser exactos en 1923, dio a la luz pública su Abecé de los átomos (¡Bofonos!)

A estas alturas del relato, de seguro que dos – tres lectores ya habrían adivinado de quien estamos hablando; para el resto de los mortales continuaré dando pistas –según recomendación de Avilés Favila.

Antes de cumplir los cuatro años de edad, este pobre cuate se quedo huérfano de padre y madre, por lo que paso su infancia en casa de un abuelo, quien por cierto era Conde. Entre los antecedentes de nuestro personaje se puede apuntar que:

pertenecía a la aristocracia
whig que, bien se aislaba
herméticamente de todo contac
to con el populacho y hasta de
la clase media, tenía un apego
incomprensible por las ideas
radicales…

Como sus padres habían sido ateos y ultrarradicales, dejaron por escrito que su hijo fuera educad bajo la égida de John Stuart Mill. Pero (¡oh decepción!) su abuela decidió que la Biblia era el mejor camino y, según algunos autores, esta eventualidad engendró uno de los mas perversos anticristianos. A sus quince años ya declaraba su ateísmo; lo escribía en su Diario y lo hacía en griego por aquello de los pajaritos en los alambres.

Las matemáticas fueron su primera y gran pasión vital; e su obra cumbre escribió: las matemáticas me gustan porque no son humanas; poseen no solo la verdad, sino la belleza suprema, fría y austera, como la de una escultura, de una perfección tal que solo el gran arte puede mostrar. Esto lo escribió la última noche de 1899, justo cuando el nuevo siglo entraba por su ventana. Curiosamente, otra criatura descabellada, ese misma, cabalística noche, terminaba también la más excelsa de su obras: La interpretación de los sueños, que propicio la segunda revolución psiquiátrica.

Las obras filosóficas de quien estamos hablando nunca tuvieron el reconocimiento de sus colegas ni repercusión intelectual alguna, aunque si del gran publico. Por ejemplo Historia de la filosofía occidental, la conquista de la felicidad, y El conocimiento humano, publicados entre 1946 y 1949, tuvieron mucha resonancia. Se trataba de un filósofo que abandonaba su torre de marfil para llegar al mundo. La divulgación de sus ideas le mereció cárcel repetidas veces, en 1916, en 1918, y en 1940; todavía, en 1961 – a sus ochenta y ocho años de edad – fue condenado a pasar un mes es prisión; ¡Qué vergüenza... un anciano de ochenta y ocho años – dijo alguien. Pero el juez, inmutable, respondió: Es bastante mayor como ara saber lo que debe hacer.

Nuestro amigo (seguro que ya lo es) había sido acusado de diversas maneras: sus libros eran: Lascivos libidinosos, venéreos, erotomaniacos.


Autor: Sir Bertand Arthur William Russell

Internet. Consultando Abecé de los atomos.